Para poner
en contexto la pregunta sobre lo que supone la transición hacia las renovables,
vamos a remontarnos en el tiempo. Los historiadores de la energía distinguen 3 fases en el uso de este recurso,
esencial para el desarrollo de la vida.
La primera comprende
unos 13 millones de años y en ella casi toda la energía empleada por los
humanos procedía de la comida, el forraje para los animales y la leña de los
bosques.
La segunda
comenzó con el uso de los combustibles fósiles, principalmente el carbón, y que
ha continuado hasta la actualidad con el consumo desaforado de petróleo y gas.
A estos también se les une el uranio, recurso mineral también limitado.
Es lo que se
conoce como modelo fósil y se corresponde a la forma en que la sociedad ha
extraído, generado y utilizado la energía en los 2 últimos siglos.
La tercera
arranca en la actualidad, dominada todavía por el petróleo, pero donde se está
fraguando una transición hacia un modelo energético diversificado, con una
mayor presencia de lo que se conoce como fuentes de energía renovables.
Este
concepto de energías renovables comprende 2 tipos de origen de las mismas: las
fuentes vegetales, que mediante una adecuada gestión agrícola y forestal son
renovables; y las no orgánicas, como son el agua, el viento, el Sol ó el calor
procedente del interior de la Tierra, que además de renovables, se pueden
considerar inagotables.
En los
últimos 2 siglos, la energía ha sido un
gran negocio a escala internacional. No solo para las empresas que ganan
dinero por el desarrollo de su actividad de compra-venta de energía, sino para
Estados y organismos trasnacionales que se han lucrado hasta la indecencia con
este comercio.
Desde la
Revolución Industrial hasta la actualidad, gran parte del negocio de la energía
ha estado centrado únicamente en una de sus etapas. Esta ha consistido en la
extracción, transporte y procesamiento del combustible fósil para generar calor,
movimiento o electricidad.
Y aunque
pongamos empeño en cambiar el combustible, la base del negocio sigue siendo la
misma. Ya en el siglo XIX se cambió el carbón por el petróleo, y en la
actualidad el gas está tomando cierta relevancia.
Como ejemplo
de esta afirmación decir que actualmente los combustibles fósiles (más el
uranio) sigue proporcionando casi el 80% del combustible que empleamos.
A nadie se
le escapa la estrecha relación entre las grandes empresas mineras y petroleras
de países como Estados Unidos y Reino Unido, y sus respectivos gobiernos, lo
que nos ha llevado al actual orden energético internacional que actualmente
torpedea la tan necesaria transición energética basada en el uso de energías
renovables.
¡Y la llegada de Trump a la Casa
Blanca no nos va a ayudar en absoluto!
Sustituir el
petróleo por las energías renovables tiene importantes repercusiones
tecnológicas y en los modelos de negocio imperantes, principalmente por lo
distintas que son las características económicas de unas y otras.
Nuestro
sistema actual se basa en un recurso finito, localizado en ciertos
emplazamientos geográficos sobre los que se establecen derechos de propiedad,
lo que nos lleva a se pueda vender y comprar en el mercado mundial.
En cambio,
las fuentes de carácter renovables, por ejemplo, el sol y el viento, suponen un
flujo abundante e ilimitado y geográficamente universal, sobre el que no se
pueden establecer propiedad alguna ni exclusiones de su uso.
De ahí que
las renovables no puedan ser consideradas mercancías, ni objeto directo de
compra – venta en los mercados.
Y esto es lo
que pone nervioso al status-quo, la
transición energética cuestiona los modelos de negocio establecidos y
desarrollados alrededor de los combustibles fósiles.
¿Qué pueden hacer las empresas
energéticas convencionales si se quedan sin la base tradicional de su negocio?
¡El desafío ya está lanzado y el
Planeta no puede soportar nuestro voraz estilo de vida!
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