Amber Case
(Portland, EEUU, 1987) no es un robot, porque tiene jet-lag, está cansada y
propone echarse una siesta ahí mismo, en un pequeño sofá de la sala en la que
acaba de contestar a mis preguntas. Ella, sin embargo, sostiene que todos somos
ciborgs. No sólo lo afirma, sino que se ha convertido en una pionera de la disciplina
que nos estudia como tales, la ciborgantropología. De eso vino a hablar al
Espacio Fundación Telefónica de Madrid, como "madrina" de la nueva
época de Telos, una de las grandes revistas científicas que se ha reformulado
por completo en su primer número de 2018.
"Al
decir que somos ciborgs", replica cuando dejo caer que si realmente fuese
un robot no tendría mal de viaje, "no me refiero a que seamos Terminator o
Robocop, sino a que cada vez estamos más integrados con la tecnología y esta
juega un papel cada vez más importante en nuestras vidas". La
omnipresencia del teléfono móvil en nuestro día a día es el ejemplo más
evidente de esta integración, cuyos orígenes están, a juicio de Case, en la
primera vez que el ser humano utilizó herramientas ajenas a él: una lanza, una
flecha, un martillo.
"La revolución de los robots ya
ha ocurrido. Ni tiene sentido tenerle miedo"
"Lo que
ocurre es que los cambios se han acelerado mucho y cada revolución tecnológica
es más rápida y más intensa que la anterior. En apenas unos años, un ordenador
ha pasado de ocupar una habitación a caber en nuestro bolsillo y conectarnos
con todo el mundo", explica la ciborgantropóloga, antes de constatar que
"estamos en shock y tratando de ponernos al día con la velocidad a la que
evolucionan las cosas". Ahí es donde su disciplina, cree, tiene un papel
que jugar: "Ponemos la lente sobre nosotros mismos y quizás no lleguemos a
comprender qué nos está pasando, pero al menos buscaremos maneras de hablar de
ello".
En el shock
tecnológico que vivimos hay una mezcla de miedo a lo desconocido y una vaga
conciencia de los peligros que nos acechan. Case apuesta por desterrar lo
primero y delimitar los segundos: "Es absurdo tener miedo en nuestros días
a la revolución de los robots, puesto que ya ha ocurrido", asegura.
Explica que "cada vez que escribimos en un procesador de texto, estamos
enseñando a leer y a escribir a una computadora; cada vez que conducimos un
coche autónomo, estamos enseñando a un robot a conducir" y añade que la
cosa no va de replicantes: "Los robots con cara humana son un detalle; los
robots que verdaderamente importan son el script de Google para realizar
búsquedas o el algoritmo de Facebook para conocernos y mostrarnos contenido
discriminado".
Estos
últimos, línea de código tras línea de código, son los que han invertido el
orden que Case considera beneficioso: "En lugar de que la tecnología
potencie a los humanos, que es lo que debería ocurrir, los humanos están
potenciando la tecnología. Le damos todos nuestros datos y todo nuestro tiempo
y hemos inflado las expectativas sobre lo que ella puede hacer en lugar de
privilegiar las expectativas sobre lo que nosotros, como humanos, podemos hacer
con su ayuda".
¿De verdad queremos que el amor sea
automático?
La
ciborgantropóloga propone regresar al punto en el que nos servimos de ella para
avanzar, "esa inteligencia colectiva que nos permitirá encontrar una cura
para el cáncer o métodos para detectarlo más rápido", y darnos a nosotros
mismos nuevas normas sobre nuestra relación con la tecnología y la inteligencia
artificial. Estas reglas pueden resumirse en una frase: "Ni por encima, ni
por debajo, sino juntos". De lo contrario, considera Case, iremos poco a
poco sacrificando lo que nos hace humanos en el altar de la automatización.
"Si
empezamos a crear una cultura donde todo el mundo es un estándar, perdemos lo
nuevo. Perdemos el arte, la cultura, lo que nos hace humanos", advierte
con cierta angustia antes de acordarse de Japón: "Allí han automatizado
muchas cosas, pero es una cultura tremendamente solitaria. Es fascinante para
verlo durante un rato como turista, pero no me gustaría vivir allí ni haberme
criado allí".
Para la
ciborgantropóloga, pues, sigue siendo más importante el anthropos que el ciborg.
Y el segundo permite cosas que el primero no tiene por qué hacer, aunque pueda:
"Sí, podemos automatizarlo y robotizarlo todo. Pero no tendremos energía
para mantenerlo. Además, no creo que debamos ni que vayamos a hacerlo.
¿Queremos automatizar tener un hijo? ¿Queremos automatizar el amor? ¿De verdad
queremos automatizar el enamorarse? Quizás eso funcione para algunas mentes,
pero desde luego no funcionará para la mayoría: no queremos ser perfectos e
infalibles".
Por eso,
Case propone aprovechar lo que los avances tecnológicos permiten para adoptar
una perspectiva a largo plazo y cambiar nuestra idea de tiempo: "Debemos
aburrirnos, ver una puesta de sol, escribir un diario y estar solos con
nosotros mismos. No necesitamos un tiempo pautado e hiperconectado, sino uno
que nos permita tener momentos eureka, tender puentes familiares y
sentimentales y centrarnos en la cultura, en la preservación y en la
celebración". Sólo así seguiremos avanzando.
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